lunes, julio 31, 2006

El bien absoluto

El bien absoluto existe y vive en mi casa. Me despierta todas las mañanas y me fastidia las siestas. Pero no se lo tengo en cuenta. No habla con palabras pero lo dice todo con los ojos. Y en esos ojos no hay pasado, ni futuro; no hay intención, ni prejuicios, ni interés. Sólo hay un presente continuo, un mensaje simple pero claro: "me alegro de verte, quédate conmigo ahora". Cualquier padre (léase como género neutro) me entenderá.

Jesucristo, que sabía muy bien lo que se decía, nos pidió que fuéramos como niños, porque el cristianismo bien entendido no es más que empeñarse en ver el mundo con ojos limpios. Pero si en algo es anticristiana esta sociedad, en algo profundo y cierto, es por ser una enemiga feroz de la infancia. Matamos a los niños antes de que nazcan y lo llamamos un derecho. Y cuando ya están en el mundo, nos esforzamos en arrebatarles lo único que tienen, que es la inocencia. Dice Serrat que los hijos cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir. Y que por eso nos parecen que son de goma. Los hacemos egoístas, crueles, competitivos y caprichosos. Les hacemos confundir el valor con el precio. Los breamos a programas infames que nada tienen de infantiles. Nos aplicamos, en fin, en convertirlos en adultos enanos. Y luego nos sorprendemos del resultado.

A fin de cuentas, educar no es más que despertarlos de la inocencia a la conciencia. Suavemente, sin prisas pero sin pausa. Lástima tener que hacerlo a contracorriente de un río turbio.

Espero no fallarte, Lucía.