lunes, enero 24, 2011

Entrevistas de mentira

La entrevista es un género periodístico basado en dos premisas: que el entrevistado tenga algo interesante que decir y que el entrevistador se lo pregunte o, al menos, que le deje hablar. Curiosamente, estas sencillas reglas no son tan habituales como pudiera esperarse. De hecho, en nuestro periodismo - especialmente el televisivo - suelen ser raras de encontrar.

Por ejemplo, en la prensa deportiva habitualmente no se cumplen ninguna de las dos. A mí me maravilla que alguien vaya a una rueda de prensa de Mourinho, por ejemplo, y no sólo eso, sino que después haya presuntos profesionales capaz de escribir artículos de opinión o discutir encarnizadamente en tertulias de tres al cuarto sobre si ha dicho lo que ha dicho o si piensa lo que no dice o debería rectificar. Más aún me maravilla que haya gente que encuentre el más mínimo interés en ello. Podríamos hablar también de las declaraciones de los futbolistas no ya después de los partidos, sino antes, o incluso después de los entrenamientos rutinarios. "Fútbol es fútbol", "vamos a darlo todo", "confiamos en el mister". Ah ... Toc, toc, ¿hay alguna neurona ahí dentro? Que se ponga.

Cambiando de tercio, hablemos de la televisión, plagada de falsas entrevistas hechas por falsos entrevistadores. Por ejemplo, las típicas construidas sobre un guión que pretende ser gracioso a costa del presunto entrevistado. El caso más claro que se me ocurre es "El hormiguero", pero no es el único. El problema es que ni siquiera tiene gracia, con lo cual uno se pregunta si merece la pena llevar a Will Smith para que el enano siniestro de Pablo Motos haga cuatro chistes malos disfrazados de preguntas. Tampoco quiero cargar las tintas en este programa en concreto. Hay más. Lo más lamentable del caso es que con frecuencia el invitado sí es interesante y sí tendría cosas que contar si le dejaran. Pero ya se encarga el in-comunicador de asegurarse de que eso no ocurra.

Luego hay casos más flagrantes perpetrados por profesionales "serios". En estos casos, sí se trata de programas de entrevistas y no de humor (o lo que sea). Y entonces llegamos al presentador estrella que se ve en la obligación de ser profundo, poético y cercano, todo a la vez, lo cual suele terminar en el tedio y el empalago más absoluto. Caso patológico de libro: Juan Ramón Lucas, arquetipo de cómo realizar entrevistas que pueden contestarse con monosílabos o simplemente guardando un respetuoso silencio avergonzado.

El paradigma, por ejemplo, sería una entrevista de este señor (o de Joaquín Petit e incluso si me apuran del peor Jesús Quintero) a Falete. Pasadas las presentaciones, lloverán preguntas como "Falete, ¿la vida duele?" o "¿el amor es quimera que debe ser cantada?" o "¿qué es el duende ...? ¿quizás la pena escondida de lo inexpresado que vibra en la garganta de la madre tierra?". Entonces Falete pone los ojos en blanco y dice una letra de Concha Piquer. Pero vamos a ver, carnes mías: ¿por qué cojones va a saber Falete esas cosas? ¿Porque es homosexual y canta copla? ¿Hay que preguntarle ese tipo de sandeces a las folclóricas y los toreros? ¿No sería mejor saber su opinión sobre cuál es su cantante favorito, qué música escucha, cuál fue la última vez que hizo un gallo en un concierto, qué opina de la piratería? ¿Qué le hemos hecho a usted para merecer esto?

El mejor programa de entrevistas que conozco lo tiene Canal Plus. Se llama "Epílogo". Las preguntas las realiza Begoña Aranguren - una voz en off - a una persona que sabe que sólo se emitirá cuando haya muerto. Las cintas se custodian bajo notario. No tiene desperdicio. Quizás porque no hay nada como estar muerto para ser sincero y despojarse de los convencionalismos y para que las preguntas tengan verdadero sentido. Si lo encuentran, no se lo pierdan.

Ay, Señor, llévame pronto ...

domingo, enero 02, 2011

Los reyes aún son los padres

Si tuviera que buscar una comparación adecuada a Facebook diría que es terriblemente parecido al recreo de un colegio, donde más que reproducir la "vida real" se muestra al niño que llevamos dentro. Tenemos todos los posibles especímenes: los juguetones que construyen granjas y los traviesos que querrían quemarlas con napalm; los empollones que hablan de temas que sólo interesan a otros cuantos empollones; los que intercambian fotos, cromos y frases de canciones; los que presumen de sus vacaciones y los que presumen de no moverse nunca del colegio; los tímidos (o los vagos) que miran pero no hablan; los que van a su bola y sólo interactúan con ellos mismos; los protestones, los lloricas, los eufóricos, los que no muestran sus sentimientos; los populares, los minoritarios, los raritos, los crípticos; los nuevos y los que se marchan al acabar el curso ... Es más, según las circunstancias uno puede pertenecer a varias categorías diferentes y cambiantes. La pequeña diferencia con el patio de nuestro verdadero colegio es que en este caso hemos elegido libremente matricularnos. Por algún motivo, queremos seguir siendo niños o a lo mejor nunca dejamos de serlo.

Esto me hace pensar en nosotros como generación, y cuando digo "nosotros" me refiero, más que a los de una edad concreta, a los que nos educamos de una determinada manera. Es fácil detectarnos porque con frecuencia hablamos de ello con cierto orgullo indisimulado en internet: los que estudiamos la EGB, lloramos con Marco o con el Bosque de Tallac, salíamos a la calle después de comer y volvíamos para cenar, jugábamos con los clicks y con las Nancys, nos llevábamos bronca doble cuando nuestros profesores nos castigaban (sin que aquello nos generara un trauma irremediable), nos íbamos a la cama cuando salían los rombos en la película, lloramos con lo de Fofó y Félix Rodríguez de la Fuente, teníamos libros bastante gordos en el colegio y nos acordamos de cuando nos pusieron nuestro primer teléfono ... fijo. Los que - por no alargarme - tuvimos la infancia que desearíamos para nuestros hijos.

Supongo que después de todo tuvimos suerte y estábamos en el sitio justo en el momento adecuado, el lugar en que el péndulo estaba en el centro que media entre dos tiempos históricos contrapuestos, donde los derechos estaban bien compensados por las obligaciones, donde no faltó de nada pero sobró lo justo. Y eso, aparte del azar histórico, se lo debemos básicamente a la generación de nuestros padres y profesores, la que hizo la Transición, la que primero fue devota de nuestros abuelos y después de sus hijos (y ahora de sus nietos), la que supo darnos nada más y nada menos que una buena educación y el impagable regalo de una infancia feliz. Ellos siguen siendo los verdaderos reyes, y para eso no hay jubilación (salvo la única irremediable). Nunca podremos estarles lo suficientemente agradecidos.

Puede, quizás, que simplemente el hombre no tenga más patria que su infancia y aquella fuera la nuestra. Y eso es lo que pienso cuando actualizo mi estado en Facebook o comento con más o menos acierto la última foto de ese colega que hace años que no veo en persona: que no hemos perdido las ganas de jugar, que puede que colectivamente nos hayamos negado - sin quererlo o sin saberlo - a crecer del todo. Quizás ya hemos despejado la incógnita y la Generación X en el fondo era la de Peter Pan.

Feliz 2011 y que los otros Reyes traigan a cada uno lo que verdaderamente les ha pedido.