domingo, septiembre 28, 2008

Telemadrid y el catalán

Un primo mío me pide que publique lo que a continuación se muestra. Es una crítica bastante divertida sobre un reportaje de Telemadrid en el cual se escandalizan de ir a Cataluña y encontrarse con bares que tienen la carta en catalán. Encuentro la postura del escritor (cuya identidad ignoro) bastante razonable y dado que últimamente he colgado bastantes entradas relativas a esta cuestión, creo que es de justicia añadir ésta, entre otras cosas porque comparto enteramente lo que en ella se dice. Que disfruten.

En esta noticia de Telemadrid se quejan de que si te vas de vacaciones a la costa catalana, los restaurantes se llaman 'El racó del Bon Menjar' y los helados se llaman 'gelats' y los zumos se llaman 'sucs', y se quejan de que esto sea así,
y de que se indique así.

¡Qué fuerte, qué fuerte! Así que 'gelats'... ¡qué barbaridad!

¡¡En catalán helados no se dice 'helados', se dice 'gelats'!!

¡¡Dios, qué fuerteeeee... qué atropello, qué indignación!!

¿¿Pero cómo puede ser que en otro idioma no digan 'helados' igual que se dice en español??

(menudo descubrimiento que acaban de hacer estos 'periodistas' de TeleEspe, ¿eh?)

Y encima la culpa de que se diga 'gelats' la tiene el gobierno catalán.... que es el que está obligando a los catalanes a decir 'gelat' y 'entrepà de formatge', pero qué fuerte!!!

Lo mejor de todo es el enfoque de la noticia: SE QUEJAN DE QUE AL ESTAR EN CATALÁN, LOS TURISTAS NO LO ENTIENDEN.

Y luego nos recuerdan que el turismo es muy importante para la economía española, para que pensemos que por culpa del catalán y el vasco toda España nos vamos a arruinar...
(Por cierto, no viene a cuento, pero ¿Sabéis que entre los mejores restaurantes del mundo, todos los españoles que hay son catalanes o vascos?).

Vaya, vaya... así que en Telemadrid se quejan de que los guiris no entienden los letretitos de los bares.

Pero es que como todos sabemos, los ingleses y alemanes que vienen a emborracharse en las playas españolas tienen todos un doctorado en filología hispánica y si estuviera en español lo entenderían... además de que un restaurante no se ve claramente que es un restaurante, y un puesto de helados tampoco se ve claramente que es un puesto de helados.... NO... no se ve. Es necesario que lo ponga un cartel, y además en español.

Yo es que vamos, cuando me enteré de que en la esquina de mi casa había un bar fue porque había un letrero que ponía 'bar', ya que lógicamente, cuando vi el bar como tal no me di cuenta de que era un bar...

¿Qué debía de ser aquello tan raro con mesas y sillas y una barra y una terraza donde un señor servía cervezas y cafés?

¿Sería un puticlub al aire libre? ¿O una correduría de seguros? Hummm... ¿Un bufete de abogados? ¿O quizás una obra de Gaudí en plan tirao?
No, espera... ¿Y si era una tienda del Barça? ¡O una sede de Esquerra Republicana de Catalunya! ¡Ahí, en medio de la calle, que la ven los niños!

No... señores... ese sitio donde un camarero servía tapas y bebidas... ¡¡era un bar!!

¡¡¡Quéeeee!!! ¿¿Un bar??

¡¡Pues que pongan el letrero con la palabra BAR bien grande (y en español), que soy de Madrid y no me enteroooo!!

Volviendo al ejemplo del 'entrepà de formatge' (bocadillo de queso).
No es por nada pero un francés y un italiano entienden perfectamente la palabra 'formatge', porque en su idioma se dice igual. Lo que dudo que entiendan es 'queso'.
¿Es que Cataluña o Mallorca no tienen turistas franceses o italianos?

Curiosamente, en italiano 'helado' se dice 'gelato' (muy parecido a 'gelat') y yo creo que es mucho más internacional escribirlo con G que con H (incluso en Japón existe la palabra GELATO!!), ya que todo el mundo conoce el famosísimo 'gelato' italiano (menos en Madrid... allí por lo visto sólo comen membrillo).

Otra de las quejas de la noticia es que tardaron 'una semana' en enterarse de que en un sitio donde ponía 'FRUITA' vendían fruta.

¡Uffff!

¡30 años de vida y 5 cursando una carrera para descifrar este increíble jeroglifico... FRUITA = FRUTA!

Estos de Telemadrid.... les cuesta, les cuesta...

Pero de nuevo lo más curioso.... Insisten en que los extranjeros no lo entienden...
¿Ah, no?

¡¡Pero si en inglés fruta es FRUIT !!

¡¡FRUIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIT!!

(Señores de Telemadrid: ¿notan ustedes el asombroso parecido con la palabra catalana FRUIIIIIITA? Está en la letrita 'i', por si su gran conocimiento de idiomas no les permite percatarse de ello).

Una cosa que muy poca gente sabe, y que no interesa que se sepa, es que el español es una lengua rara entre todas las románicas porque el vocabulario se derivó de una forma muy diferente... por ejemplo: ventana se dice finestra en catalán, fênetre en francés, fenestra en italiano... el español es el único en que derivó 'ventana'. Lo mismo pasa con 'dirección', en todas las lenguas románicas existen dos palabras: una para referirse a la dirección en que algo se mueve (direcció, direction...) y otra para la dirección donde está algo, como una casa o una dirección de e-mail (adreça, addresse, indirizzo)... El español es la única en que sólo derivó dirección.. Y lo curioso es que gracias a que muchas palabras pasaron del francés al inglés (liberty, transport, table), en inglés también existen dos palabras: 'direction' y 'addresse' (¡qué curioso! ¡se parece al catalán adreça y se pronuncia casi igual!).
El catalán es una puerta directa para comprender el francés, e indirecta para comprener mejor el inglés... y viceversa.
Otro ejemplo: mesa... en catalán taula, en francés table... y en inglés también 'table'.
Y otro: aceite... en catalán OLI, en italiano OLIO, en francés HUILE y en inglés OIL.

Pero claro, los de Telemadrid se quejarán si van a un bar en Barcelona y en las aceiteras pone OLI (en catalán) y no ACEITE, porque dirán que es que OLI los extranjeros no lo entienden, pero aceite sí que lo entieden (claro, claro...).
Lo curioso es que en las aceiteras normalmente no pone NADA, porque todo el mundo sabe distinguir el aceite del vinagre (supongo que en Madrid también...).

¡Ay, qué lengua tan difícil el catalán!
¡Que no se entiendeeee!

Volviendo a la noticia...
Es curioso que no se quejen de que en los autobuses tampoco ponga 'autobús', sino 'Transports Metropolitans de Barcelona'... porque claro, para saber que eso es un autobús, hace falta que lleve un cartel bien grande que ponga 'AUTOBÚS' (en español), que si no, los madrileños no lo entienden y se piensan que es un coche de bomberos... igual que una heladería, que si no pone bien grande 'HELADOS' se piensan que lo que están vendiendo son cacas de perro de colorines. ¿Y ya les han pedido a los del McDonald's que pongan un letrero donde diga 'Hamburguesería' (en español)? A ver si un madrileño se va a pensar que es una tienda de algo de Madonna...
Por cierto... en Cataluña y Mallorca muchos McDonald's tienen los menús en catalán... queja que también leí en otra noticia.
¡Ay, qué dilema!
¿Cómo se dirá BigMac en catalán? ¿Y Coca-Cola? ¿Y McFlurry? ¿Y McNuggets? ¿Y patatas?
'¡¡Jo, tía, yo es cuando me la voy al McDonald's en Barcelona está el menú en catalán y la digo, que no me la entiendo!!'

(Nota: patatas se dice patates, apuntáoslo que no se os olvide, no sea que luego no lo vayáis a entender).

Por lo visto llevan un par de años con este tipo de noticias dando a entender que moverse por Cataluña es imposible porque no se entera uno de nada... y también difundiendo la idea de que 'te multan si pones el letrero en castellano', cuando la realidad es que los comercios pueden poner todas las lenguas que quieran, sólo se les pide que también haya información disponible en catalán.
Alguno no estará de acuerdo en que se obligue a poner la información como mínimo en catalán (o el idioma que sea), ya que lo que debe primar es la libertad, si sólo quieren ponerlo en chino, pues en chino... Pero ése es otro tema, y curiosamente, nunca lo han tratado en Telemadrid ni en ningún otro sitio. Ellos (y la Cope y muchos otros medios) sólo han tratado esta gran mentira: 'Te multan por rotular en castellano'. Es decir: Está prohibido usar el castellano.
¿Cómo te van a multar por escribir algo en castellano? ¿Alguien se lo cree? Sí: los tontos.

De todas formas, si un restaurante decide llamarse 'El racó del Bon Menjar' y no 'Mesón Pepe' será porque quiere, ¿no?
Pero claro, en Telemadrid se quejan de que con ese nombre los turistas no entienden que ahí lo que se vende es comida ('menjar').

Es curioso, porque la mitad de veces en mi vida que he comido en un bar o restaurante (en España, en Italia, en Japón, en Francia...), jamás me fijé cómo se llamaba...
¡Simplemente vi que era un restaurante y entré!
Pero, no, los telemadriles quieren que se lo pongan ahí bien clarito en su idioma, así en plan Homer Simpson.

'ATENCIÓN: AQUÍ, COMIDA, PA JALAR, ¡ÑAM ÑAM!'

Por cierto, yo tengo una queja respecto a los bares de Madrid.
He ido muchas veces, y me encanta ir a comer al MUSEO DEL JAMÓN.
A pesar de su nombre, no es un museo, es un bar-restaurante... Yo supongo que los madrileños, listos y cultos como son con sus musicales y sus museos y su Real Academia y esas cosas, saben reconocer que un bar-restaurante es un bar-restaurante y no el Museo del Prado, por mucho que se llame 'museo' (de la misma manera que sabrán que una heladería es una heladería aunque lo ponga en catalán, ¿o es que el sentido común se lo dejan en casa?)..

La cuestión es que en este Museo del Jamón, al igual que en algunos bares de Madrid, vendían una cosa que ponían ahí en un letrero, y que yo nunca logré entender lo que era.

Ellos se quejan del 'entrepà de formatge' en un bar de pueblo catalán, porque no se entiende. Pues yo me quejo de otra cosa que tampoco entiendo, no en un bar de pueblo, sino por todo el centro de la capital española.

La cosa que nunca logré entender en Madrid, por no estar rotulada en cristiano fue:

'PANTUMACA'

¿¿¡¡ QUÉ COÑO ES PANTUMACA !!??

¿¿ES UNA PALABRA DEL DIALECTO MADRILEÑO??

¡¡¡¡ QUE ROTULEN EN ESPAÑOL, POR FAVOR !!!!

PD: Esto es una crítica sarcástica a Telemadrid y a la gente rancia que aún no se ha enterado de que en España (como en muchos países) se hablan varios idiomas y es algo perfectamente normal.
NO es una crítica a los madrileños (entre otras cosas porque tengo amigos que lo son) ni tampoco es una crítica a su maravillosa ciudad.

Cartas de una sobrecargo y un mecánico de Spanair

Estas dos cartas me han llegado a través de un familiar que trabaja en Spanair. Creo que son interesantes y necesarias en medio del desastre desinformativo, amarillista y en demasiadas ocasiones tendencioso al que hemos asistido - y seguimos asistiendo - en los medios de comunicación a raíz del accidente ocurrido en Barajas en el mes de agosto. Ambas presentan dos puntos de vista diferentes "desde dentro" que conviene saber.

Por cierto: si los autores de las cartas llegaran a este blog - casualidades más raras he visto - y no desearan que estuvieran publicadas en internet, no tienen más que ponerse en contacto conmigo.

Pasen y lean:

"Soy sobrecargo de Spanair".
"Catástrofe en Madrid".

"La eterna seducción". Carlos Boyero

Para leer el artículo, pincha aquí.

domingo, septiembre 21, 2008

"Manifiesto..." for dummies

La polémica en torno al "Manifiesto por una lengua común" es el enésimo ejemplo de que andamos cortitos de lectura comprensiva, por un cúmulo de razones que van desde la estulticia a la ignorancia pasando por la mala leche. Si lo que se dice en el mentado documento ofende a alguien, esto no hace más que confirmar el problema que denuncia.

Después de un sesudo análisis de lo que he ido encontrando por foros, blogs y cartas al director he llegado a la conclusión de que los que han criticado más o menos furibundamente el manifiesto (empezando por nuestro bienamado Presidente) lo han hecho por alguno de lo siguientes motivos:

1) No se lo han leído.
2) Se lo han leído pero no lo han entendido.
3) Les caen gordos aquellos que lo han apoyado.
4) Tienen intereses políticos o económicos con personas de los grupos 1, 2 y 3.

Para empezar, no es un "manifiesto por la defensa del castellano", idioma que goza de excelente salud. Gracias, principalmente, a que hay otros 400 millones de hispanohablantes que no son españoles, ni periodistas españoles, ni políticos españoles, ni "intelectuales" españoles, y lo tratan con mucha más delicadeza, riqueza y aprovechamiento que nosotros. Así que no, queridos, no van por ahí los tiros.

Lo que el manifiesto dice es tan de Perogrullo que debería ser innecesario en un país donde la inteligencia colectiva fuera normal, que no es el caso, y es lo siguiente: dado que la única lengua que se habla en toda España es el castellano, hecho reconocido oficialmente en la Constitución, todo español tiene el derecho de que las administraciones públicas les atiendan al menos en castellano independientemente de la región en la que habite. Dicha atención incluye desde las ventanillas hasta los documentos oficiales, la rotulación con cargo al erario público (que es su dinero y el mío) y, especialmente, la lengua vehicular de la educación.

En ningún caso se solicita que eso se haga en detrimento de las lenguas autonómicas ni se pone en duda que esa normalidad linguística ya existe en la calle: de lo que se trata es de llevar la normalidad de la calle a las administraciones públicas, o dicho de otra forma, que lo que usted paga con sus impuestos esté a su servicio y no al revés. Argumentos del tipo "el castellano no corre peligro aquí porque todo el mundo lo habla" son inválidos, porque no es ese el objeto de la discusión. De lo que se trata es de que si a usted le toca irse a vivir a esa comunidad, tenga la certeza de que sus hijos podrán ser educados también en castellano si ese es su deseo, que las señales de tráfico estarán escritas también en castellano y que los bandos de su Ayuntamiento o los anuncios oficiales en su ambulatorio podrá leerlos también en castellano. Mal que nos pese a la mayoría, eso no está garantizado a día de hoy. Y el que diga lo contrario miente como un bellaco.

Que el Estado (y las Comunidades Autónomas son Estado por delegación) garantice la atención en castellano es su obligación y el ciudadano tiene perfecto derecho a exigirle que la cumpla. Lo demás son ganas de marear la perdiz.

martes, septiembre 09, 2008

"Mi propio manifiesto". Arturo Pérez Reverte

XL SEMANAL, 24-08-2008 y 31-08-2008

Parte I

A ciertos amigos les ha extrañado que el arriba firmante, que presume de cazar solo, se adhiriese al Manifiesto de la Lengua Común. Y no me sorprende. Nunca antes firmé manifiesto alguno. Cuando leí éste por primera vez, ya publicado, ni siquiera me satisfizo cómo estaba escrito. Pero era el que había, y yo estaba de acuerdo en lo sustancial. Así que mandé mi firma. Otros lo hicieron, y ha sido instructivo comprobar cómo en la movida posterior algún ilustre se ha retractado de modo más bien rastrero. Ése no es mi caso: sostengo lo que firmé. No porque estime que el manifiesto consiga nada, claro. Lo hice porque lo creí mi obligación. Por fastidiar, más que nada. Y en eso sigo.

No es verdad que en España corra peligro la lengua castellana, conocida como español en todo el mundo. Al contrario. En el País Vasco, Galicia y Cataluña, la gente se relaciona con normalidad en dos idiomas. Basta con observar lo que los libreros de allí, nacionalistas o no, tienen en los escaparates. O viajar por los Estados Unidos con las orejas limpias. El español, lengua potente, se come el mundo sin pelar. Quien no lo domine, allá él. No sólo pierde una herramienta admirable, sino también cuanto ese idioma dejó en la memoria escrita de la Humanidad. Reducirlo todo a mero símbolo de imposición nacional sobre lenguas minoritarias es hacer excesivo honor al nacionalismo extremo español, tan analfabeto como el autonómico. Esta lengua es universal, enorme, generosa, compartida por razas diversas mucho más allá de las catetas reducciones chauvinistas.

La cuestión es otra. Firmé porque estoy harto de cagaditas de rata en el arroz. Detesto cualquier nacionalismo radical: lo mismo el de arriba España que el de viva mi pueblo y su patrona. Durante toda mi vida he viajado y leído libros. También vi llenarse muchas fosas comunes a causa del fanatismo, la incultura y la ruindad. En mis novelas históricas intento siempre, con humor o amargura, devolver las cosas a su sitio y centrarme donde debo: en el torpe, cruel y desconcertado ser humano. Pero hay un nacionalismo en el que milito sin complejos: el de la lengua que comparto, no sólo con los españoles, sino con 450 millones de personas capaces, si se lo proponen, de leer el Quijote en su escritura original. Amo esa lengua-nación con pasión extrema. Cuando me hicieron académico de la RAE acepté batirme por ella cuando fuera necesario. Y eso hago ahora. Que se mueran los feos.

Quien afirme que el bilingüismo es normal en las autonomías españolas con lengua propia, miente por la gola. La calle es bilingüe, por supuesto. Ahí no hay problemas de convivencia, porque la gente no es imbécil ni malvada, ni tiene la poca vergüenza de nuestra clase política. La Administración, la Sanidad, la Educación, son otra cosa. En algunos lugares no se puede escolarizar a los niños también en lengua española. Ojo. No digo escolarizar sólo en lengua española, sino en un sistema equilibrado. Bilingüe. Ocurre, además, que todo ciudadano español necesita allí el idioma local para ejercer ciertos derechos sin exponerse a una multa, una desatención o un insulto. Métanse en una página de Internet de la Generalidad sin saber catalán, por ejemplo. De cumplirse el propósito nacionalista, quien dentro de un par de generaciones pretenda moverse en instancias oficiales por todo el territorio español, deberá apañárselas en cuatro idiomas como mínimo. Eso es un disparate. Según la Constitución, que está por encima de estatutos y de pasteleos, cualquier español tiene derecho a usar la lengua que desee, pero sólo está obligado a conocer una: el castellano. Lengua común por una razón práctica: en España la hablamos todos. Las otras, no. Son respetabilísimas, pero no comunes. Serán sólo locales, autonómicas o como queramos llamarlas, mientras los países o naciones que las hablan no consigan su independencia. Cuando eso ocurra, cualquier español tendrá la obligación, la necesidad y el gusto, supongo, de conocerlas si viaja o se instala allí. En el extranjero. Pero todavía no es el caso.

Y aquí me tienen. Desestabilizando la cohesión social. Fanático de la lengua del Imperio, ya saben. Tufillo franquista: esa palabra clave, vademécum de los golfos y los imbéciles. La puta España del amigo Rubianes. Etcétera. Así que hoy, con su permiso, yo también me cisco en las patrias grandes y en las chicas, en las lenguas –incluida la mía– y en las banderas, sean las que sean, cuando se usan como camuflaje de la poca vergüenza. Porque no es la lengua, naturalmente. Ése es el pretexto. De lo que se trata es de adoctrinar a las nuevas generaciones en la mezquindad de la parcelita. Léanse los libros de texto, maldita sea. Algunos incluso están en español. Lo que más revienta son dos cosas: que nos tomen por tontos, y la peña de golfos que, por simple toma y daca, les sigue la corriente. Pero de ellos hablaremos la semana que viene.

Parte II

La semana pasada se acabó la página cuando les comentaba cómo ni el Gobierno central ni algunos gobiernos autonómicos garantizan el libre uso del castellano, o español, en la Administración, Sanidad o Educación de toda España. Franquismo al revés: antes era el español forzoso para todo, y ahora es la lengua local la obligatoria. Cuando los nacionalistas buscaban parcelita, la palabra bilingüismo era mágica: daban el alma por rotular también en catalán, gallego o vascuence. Ahora proclaman sin disimulo el ideal de una nación monolingüe, aunque no encaje en la realidad de la calle. Pese a que su mala fe es evidente, aún hay palmeros y cómplices afirmando que eso es progresista; y denunciarlo, resabio imperial. Y mientras tanto imbécil –en el más honrado de los casos– mira al tendido o lleva el botijo, cuatro golfos oportunistas han convertido las respectivas lenguas, valiosas herramientas culturales y de comunicación, en filtro sectario para excluir a los no afines y promocionar en el trabajo y la sociedad a su clientela exclusiva. Marginando la excelencia profesional a favor de la lingüística, como si contara más el idioma que la habilidad de quien opera con un bisturí. Tal es el sentido de la sobada cohesión social: hablar sólo una lengua propia como si la común, el español, no lo fuese. Empeño legítimo, por cierto, para un catalán, un vasco o un gallego nacionalistas; pero injusto para quien no lo es. En una España llena de naturales e inmigrantes que van de una autonomía a otra buscando trabajo, es un disparate negarles el único idioma que permite comunicarse en todo el territorio nacional –y también fuera de él– con soltura y libertad.

En esta canallada política nadie tiene la exclusiva. Los graves cantamañanas del Pepé, reunidos hace mes y pico en San Millán de la Cogolla para proclamar su apoyo a la lengua española, podían haberlo hecho con más eficacia y menos demagogia durante los ocho años que estuvieron en el poder. Entonces, la peña del amigo Ansar tragó de todo. Como tragará en el futuro, por mucho que ahora subscriba el manifiesto de la Lengua Común o el de la Lirio, la Lirio tiene, tiene una pena la Lirio. Así que, en mi opinión, Mariano Rajoy puede meterse la adhesión donde le quepa. Por culpa de tanto oportunista, al final siempre terminan vendiéndonos la lengua española como enfrentamiento entre derecha e izquierda; cuando, en realidad, los políticos de derechas tienen tanta desvergüenza como los de izquierdas. Es cosa del puerco y común oficio.

En cuanto a los que se llenan la boca de República o Guerra Civil, cuya realidad tanto manipulan, hay que recordarles que la mayor parte de quienes lucharon por esa República no lo hicieron para darles un cortijo con lengua propia a cuatro mangantes, sino para que una España de ciudadanos fuese más culta, libre y solidaria. Uno comprende que la derecha, con su desvergüenza innata, vaya y venga envuelta en toda clase de farfollas trompeteras. A fin de cuentas, su discurso es, a escala nacional, el que los nacionalistas mantienen a escala cutre. En cuanto a la izquierda, algunos llevamos treinta años preguntándonos qué pito toca en ese apoyo suicida al nacionalismo, que no fue de izquierdas nunca: situar ahí a Arzallus, Ibarretxe o Pujol es un desatino indecente. Como dijo Juan Marsé: «En la postguerra me putearon los padres y en la democracia sus hijos. Pero siempre me putearon los mismos».

Hay menos injusticia, afirmaba Montaigne, en que te roben en un bosque que en un lugar de asilo. Es más infame que te desvalijen quienes deben protegerte. Pensé en eso oyendo al presidente Zapatero referirse al Manifiesto de la Lengua Común, cuando expresó su esperanza de que la derecha «no se apropie del idioma español como hizo con la bandera». Todavía estoy dándole vueltas a si lo del presidente es candidez o cinismo. La derecha se apropió de la bandera española porque, desde la Transición, la izquierda se la regaló gratis, negándose a utilizarla hasta veintitantos años después: los mismos que ha tardado el Pesoe en pronunciar la palabra España. Y al final, entre unos y otros, han conseguido lo mismo que con la bandera. Lo que ya pasa en algunos colegios: que al niño que habla en español lo llamen facha.

Por eso me adherí al manifiesto. Confirma mi decisión el recular de los cobardes, el silencio de los corderos y el runrún de los tontos: los equidistantes que siempre acaban favoreciendo al verdugo. Me reafirma la furia de los caciques paletos y los escupitajos de mala fe de quienes tienen la osadía de llamar nostálgicos del franquismo, e incluso extrema derecha –lo han hecho consejerías de cultura autonómicas y miembros del Gobierno– a firmantes como Miguel Delibes, Carlos Castilla del Pino, José Manuel Sánchez Ron, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Margarita Salas, o yo mismo. Luego algunos se extrañan de que me cisque en su puta madre.

viernes, septiembre 05, 2008

"Balance". Fernando Savater

EL PAÍS, 05-09-2008

Recuerdan la anécdota del orador que se levanta para pronunciar su alocución tras el banquete y pregunta a un comensal remoto: "Usted, allí al fondo, ¿me escucha bien?". Y el otro responde: "Perfectamente, pero voy a cambiarme con aquel señor, porque parece que allí ya no se oye". También yo he estado esperando hasta que han respondido al Manifiesto por la Lengua Común incluso los que se sentaban voluntariamente allí donde es imposible escuchar lo que dice. Pensando a veces, con cierto desaliento, que es una seria objeción contra la existencia de la lengua común el que muchos que parecen comprenderla malinterpreten tan patentemente un texto sencillo como ése. Pero en todo caso me parece una obligación de cortesía intentar finalmente hacer balance y responder a quienes se han molestado en hacer objeciones inteligibles a esa propuesta. Desde luego, sólo voy a tomar en cuenta las de cierto calado, que no han sido las más numerosas. En cuanto a las demás... bueno, a pesar de la artritis estoy dispuesto a agacharme ocasionalmente un poco para quedar a la altura de ciertos argumentos y seguir la discusión, pero no pienso ponerme a cuatro patas, como se requeriría para responder a otros. Asumo mis limitaciones por arriba... y por abajo.

Tampoco me detendré en algunos reproches que considero desenfocados. Por ejemplo, los de quienes han insistido en recordar que la lengua castellana -pujante y cada vez más extendida por el planeta- no necesita defensa ninguna. El Manifiesto confirma ese punto desde su primer párrafo y evidentemente trata de otra cosa, por lo que sólo puedo rogar a los obstinados que se molesten en leer al menos sus cinco primeras líneas. Por cierto, es curioso que en el pasado mes de julio -cuando día sí y día no se nos recordaba en todos los medios de comunicación la invulnerabilidad del castellano- la Junta de Castilla-La Mancha y la Fundación Santillana otorgasen un merecido premio a Carlos Fuentes y a Lula de Silva, "por su defensa del idioma español", según dijo la prensa. Esperé sobrecogido una lluvia de protestas o la universal rechifla ante tarea tan superflua, pero nadie dijo ni pío: por lo visto, entonces no tocaba. Otros han expresado su recelo ante el apoyo que mostraron al manifiesto ciertos medios de comunicación y personas conocidas que no les parecen con suficiente garantía de salubridad progresista: por lo visto, para ellos todo lo que no se promueve desde la izquierda oficial está políticamente "manipulado", pecado grande. Reconozco ser poco sensible ante esta grave imputación. Es la costumbre: si los movimientos cívicos más activos del País Vasco, en los que he militado, hubiésemos esperado el apoyo o tan siquiera el permiso de los medios de comunicación y los intelectuales llamados "progresistas" para ponernos en marcha, todavía estaríamos en vísperas de salir por primera vez a la calle... Aún peor: si hubiéramos escuchado luego a bastantes de ellos, aún estaríamos dándonos golpes de pecho por haber salido. De modo que miren: no.

Pero pasemos a las objeciones que merecen mayor atención. Una de las más frecuentes asegura que en cualquiera de las autonomías bilingües sigue siendo el castellano la lengua mayoritariamente utilizada por los hablantes. Personalmente no lo dudo, pero... ¿es esto un pecado? ¿Es una injusticia que debe ser corregida o una enfermedad que ha de ser curada? Por razones históricas y culturales, el castellano no sólo es la lengua común de España, así establecida constitucionalmente, sino también uno de los idiomas internacionales de mayor peso presente y futuro. Ofrece ventajas evidentes respecto a otras a los empresarios y comerciantes, a los viajeros y a quienes buscan bibliografía. Los medios de comunicación de masas suelen preferirla por razones de eficacia económica: hay inmersión lingüística en la escuela, pero no en la prensa, y La Vanguardia sigue publicándose en castellano. Se trata de una primacía práctica perfectamente razonable, no de un monopolio dictatorial: las otras lenguas oficiales siguen teniendo su debido reconocimiento y su viabilidad a todos los niveles en las áreas regionales que les corresponden. Lo que resultaría un poco raro es llamar "normalización" al empeño de corregir por las bravas, a base de prohibiciones e imposiciones, esta preferencia de tantos hablantes, bilingües o no... como si se tratase de un atropello. Puede que no haya un precepto constitucional que establezca que cada cual pueda ser educado en la lengua que prefiera -es lo que el Manifiesto propone corregir-, pero aún menos en ninguna parte de la Constitución se dice que en las comunidades bilingües la lengua co-oficial deba alcanzar forzosamente un uso igual o mayor que el castellano.

Otros de nuestros críticos (por ejemplo, el propio ex presidente Pujol, en una entrevista reciente) nos recuerdan que los niños en Cataluña conocen perfectamente el castellano, aunque estudien en catalán. Incluso podríamos añadir que en los exámenes para determinar los resultados del informe PISA, los estudiantes vascos -aunque estudien en euskera- hacen las pruebas en castellano para mejorar sus resultados. Pero nada de esto tiene que ver con el fondo del asunto. No se trata de que los niños (o los ciudadanos adultos, tanto da) sepan o no castellano: lo aprenderán sin duda de un modo u otro, como terminarán adquiriendo nociones de inglés a través de las letras de sus grupos preferidos de rock, porque se trata de idiomas de comunicación internacional cuya pujanza no podrá ser cortocircuitada por ninguna burocracia etnicista local. Pero no es lo mismo conocer una lengua de modo más o menos sobrevenido que estudiar en ella y aprovechar todos sus recursos expresivos o bibliográficos, así como utilizarla habitualmente para recibir información de las autoridades o comunicarse institucionalmente. Y lo más importante, está en juego el derecho a poder utilizar siempre que uno lo desee la lengua oficial del país del que somos ciudadanos, aun allí dónde coexiste con otras regionales. Invocar este derecho no es una reminiscencia franquista, salvo para quienes han olvidado lo que estipulaba la Constitución republicana de 1931 en su artículo 4 (bastante más perentoria y nítida al respecto que la actual). Por cierto, cuando uno ve los obtusos y sectarios que son respecto al presente ciertos adalides de la memoria histórica, entran dudas respecto a la exactitud de la visión del pasado que tratan de oficializar.

¡Ah, pero hablar de derechos lingüísticos es embrollar las cosas, según dicen algunos sabios del establishment! ¡La "demagogia de los derechos" no soluciona nada! Es mejor resolver esos temas por medio de acuerdos consuetudinarios y confiar en el sentido común. Dejemos a un lado los derechos y volvamos a los apaños: insólito consejo, por cierto, para venir de profesionales de la filosofía política... Sin embargo, perdón por la insistencia: ¿hay algún otro país en la CE -dejemos a un lado la nada envidiable Bélgica- en que los ciudadanos se vean impedidos para usar normal y culturalmente la lengua mayoritaria en determinadas regiones de su territorio? ¿no es lógico que entonces invoquen su derecho a algo tan elemental, sean cuales fueren las "costumbres" que otros tratan de imponerles?

Con todo, hay algo de verdad en la teoría de los "apaños": es cierto que en las comunidades bilingües los ciudadanos conviven y se entienden con pocos roces en las lenguas co-oficiales. Los problemas vienen cuando allí se legisla de tal modo que esa armonía se rompa para obstaculizar institucionalmente el derecho a usar una de ellas. Porque el busilis de la cuestión no es el bilingüismo, desde luego, sino el biestatismo que los nacionalistas pretenden imponer en sus autonomías. Es decir, que haya dos Estados superpuestos, el local que ellos controlan más y más, junto al general que soportan y al que sólo acuden cuando esperan beneficios. En tal empeño biestatal, la marginación de todo elemento común con el resto del país -empezando por la lengua- es una herramienta esencial. Como esencial resulta para quienes pensamos de otro modo oponernos a tal tendencia y denunciarla. Se trata, en efecto, de una cuestión política, como con rara clarividencia han señalado algunos de nuestros críticos...