domingo, enero 02, 2011

Los reyes aún son los padres

Si tuviera que buscar una comparación adecuada a Facebook diría que es terriblemente parecido al recreo de un colegio, donde más que reproducir la "vida real" se muestra al niño que llevamos dentro. Tenemos todos los posibles especímenes: los juguetones que construyen granjas y los traviesos que querrían quemarlas con napalm; los empollones que hablan de temas que sólo interesan a otros cuantos empollones; los que intercambian fotos, cromos y frases de canciones; los que presumen de sus vacaciones y los que presumen de no moverse nunca del colegio; los tímidos (o los vagos) que miran pero no hablan; los que van a su bola y sólo interactúan con ellos mismos; los protestones, los lloricas, los eufóricos, los que no muestran sus sentimientos; los populares, los minoritarios, los raritos, los crípticos; los nuevos y los que se marchan al acabar el curso ... Es más, según las circunstancias uno puede pertenecer a varias categorías diferentes y cambiantes. La pequeña diferencia con el patio de nuestro verdadero colegio es que en este caso hemos elegido libremente matricularnos. Por algún motivo, queremos seguir siendo niños o a lo mejor nunca dejamos de serlo.

Esto me hace pensar en nosotros como generación, y cuando digo "nosotros" me refiero, más que a los de una edad concreta, a los que nos educamos de una determinada manera. Es fácil detectarnos porque con frecuencia hablamos de ello con cierto orgullo indisimulado en internet: los que estudiamos la EGB, lloramos con Marco o con el Bosque de Tallac, salíamos a la calle después de comer y volvíamos para cenar, jugábamos con los clicks y con las Nancys, nos llevábamos bronca doble cuando nuestros profesores nos castigaban (sin que aquello nos generara un trauma irremediable), nos íbamos a la cama cuando salían los rombos en la película, lloramos con lo de Fofó y Félix Rodríguez de la Fuente, teníamos libros bastante gordos en el colegio y nos acordamos de cuando nos pusieron nuestro primer teléfono ... fijo. Los que - por no alargarme - tuvimos la infancia que desearíamos para nuestros hijos.

Supongo que después de todo tuvimos suerte y estábamos en el sitio justo en el momento adecuado, el lugar en que el péndulo estaba en el centro que media entre dos tiempos históricos contrapuestos, donde los derechos estaban bien compensados por las obligaciones, donde no faltó de nada pero sobró lo justo. Y eso, aparte del azar histórico, se lo debemos básicamente a la generación de nuestros padres y profesores, la que hizo la Transición, la que primero fue devota de nuestros abuelos y después de sus hijos (y ahora de sus nietos), la que supo darnos nada más y nada menos que una buena educación y el impagable regalo de una infancia feliz. Ellos siguen siendo los verdaderos reyes, y para eso no hay jubilación (salvo la única irremediable). Nunca podremos estarles lo suficientemente agradecidos.

Puede, quizás, que simplemente el hombre no tenga más patria que su infancia y aquella fuera la nuestra. Y eso es lo que pienso cuando actualizo mi estado en Facebook o comento con más o menos acierto la última foto de ese colega que hace años que no veo en persona: que no hemos perdido las ganas de jugar, que puede que colectivamente nos hayamos negado - sin quererlo o sin saberlo - a crecer del todo. Quizás ya hemos despejado la incógnita y la Generación X en el fondo era la de Peter Pan.

Feliz 2011 y que los otros Reyes traigan a cada uno lo que verdaderamente les ha pedido.

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