Cualquiera que viera el partido España-Inglaterra de ayer se percataría de ciertos ruidos selváticos proferidos por un sector del público cada vez que los jugadores ingleses de color (de color negro) cogían el balón. No es ninguna novedad, ni en ese estadio, ni en España ni en otros muchos estadios de Europa, pero reconozco que no deja de sorprenderme. Esa misma gente que aúlla al contrario tiene jugadores negros en sus equipos a los que, por motivos evidentes, permite evolucionar por el campo en perfecto silencio o con admiración incontenible en ciertos casos.
Asumamos que la inteligencia de la masa es la resta aritmética de la todos los que la componen. Aún así debemos reconocer que tenemos un buen puñado de gilipollas llenando nuestros estadios. Lo cual ya lo sabíamos, pero duele comprobar que el problema no mejora. El fútbol es así, dicen en estos casos.
Por cierto, a ver si nos aprendemos alguna canción con letra para cantar en los partidos, que somos la vergüenza de la FIFA. No salimos del O-E-O-EO-EO-EEEEEEE, QUE VI-VA-ES-PA-ÑAAA y del CHUN-DA-CHUN-DA-TA-CHUN-DA-CHUNDA-CHUNDA en el himno, que manda narices la cosa. Panda becerros.
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