domingo, octubre 22, 2006

Lo que dijo el Papa

Pasadas unas semanas de la polémica por las presuntamente ofensivas declaraciones del Papa sobre el Islam, me apetece hacer una reflexión sobre el fondo del mensaje, y no sobre aquello que, sacado de contexto, tantos quebraderos ha dado a la Santa Sede. Hay que partir de la base de que el Papa estaba dando una conferencia de teología, y no haciendo un discurso en la O.N.U. Por tanto, ese es el marco adecuado de análisis y no los titulares de corta-pega con una frase que, extraída del conjunto, puede parecer desafortunada.

El Papa ha hablado de fe y razón. Esa dicotomía es el motor de todo el pensamiento cristiano, y a ella se aplicaron San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás, Spinoza y algunos otros iletrados similares. Fe y razón son dos patas de la misma mesa, enemigas íntimas en perpetuo equilibrio inestable. La religión sin razón deviene en inquisición, cruzada o superstición; la religión sin fe, simplemente, no es. Ser cristiano viene a cumplir a la perfección el principio de tensión entre extremos del que hablaba Heráclito: si sueltas un lado de la cuerda, el funambulista se cae al suelo. De modo que no nos queda otra que debatirnos entre el "credo quid absurdum est" de Tertuliano y el "cogito, ergo sum" cartesiano. Y, como bien sufrió en sus carnes Unamuno, es una batalla que no puede tener ganador si uno ha optado libremente por ser creyente (recomiendo la lectura de "El sentimiento trágico de la vida", dedicado por completo a la lucha entre el filósofo y el creyente - la parte de él que quiere creer, más bien - que lleva dentro).

La tradición de pensamiento judeocristiana y grecolatina acaban desembocando en la Ilustración y la Revolución Francesa, cuya consecuencia más clara en lo que a la religión se refiere es que la Iglesia debe permanecer apartada del Estado puesto que la fe, ante todo, es una opción que pertenece a la intimidad del hombre. Por tanto, ser creyente es una elección que cada uno debe tomar personal e intrasferiblemente, sin coacción de ningún poder constituido. Eso y no otra cosa es la libertad de credo en un contexto laico: que el Estado no pueda imponer una religión ni impedir que el ciudadano la practique, o discriminarlo en modo alguno (positiva o negativamente) por hacerlo; la religión, en definitiva, no puede forzarse por el filo de la espada ni por el peso de la ley. Claro está que este tipo de contrato social sólo puede darse en un régimen de libertades y respeto a los derechos humanos.

El pequeño detalle es que este tipo de sociedades sólo se dan, en su inmensa mayoría, en lo que llamamos "civilización occidental" (y hablo del siglo XXI, y no del XV). Siento decepcionar a los de la Alianza de Civilizaciones, pero esto no tiene vuelta de hoja. No hay un sólo país islámico donde se respeten los Derechos Humanos tal y como nosotros los entendemos, porque el Islam ha evolucionado de forma diferente, cuando no lo ha hecho hacia atrás. Tenemos para elegir entre monarquías autoritarias, dictaduras militares o repúblicas islámicas regidas por clérigos, en muchos de los cuales las otras religiones están perseguidas, empezando por la del Papa. Si existe Islam moderado, desde luego carece de la fuerza suficiente para hacerse oir más alto y claro que el integrista. Hasta que esa progresión no se dé, y no parece cercana, no sirve de mucho que nos la cojamos con papel de fumar para no molestar, ni que atribuyamos cualquier tipo de reacción fanática a la pobreza mundial, a la guerra de Irak o al conflicto entre judíos y palestinos. Nada de eso ayuda, pero la raíz del problema es muy otra.

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