martes, octubre 24, 2006

Una de "Memoria Histórica"

Extracto de "Maniobras de distracción en Belchite". Juan Carlos Losada. Colección "La Guerra Civil Española, mes a mes". Biblioteca EL MUNDO.

(Septiembre de 1937)

Pedro Castells combate en la 6a Brigada de Navarra. Su historia es la de
otros tantos catalanes de familia de derechas y religiosa que, en la Barcelona
de principios de la Guerra, ven aterrorizados cómo muchos sacerdotes, así como
miembros de las familias pudientes de la ciudad, son asesinados por los
milicianos. Por ello decide pasarse y tras contactar con contrabandistas del
Pirineo, y darles mil pesetas, cruza las montañas en la primavera de 1937. De
Francia pasa a la zona nacional y, con ayuda de unos parientes, se instala en
Vitoria y tras hacer llegar a sus padres un mensaje en clave por radio, según el
cual estaba sano y salvo, se alista voluntario con sus 18 años.
Recuerda que en él vibraba el sentido de la lucha heroica por la religión y contra los
asesinos de tantos amigos y conocidos. Se siente como un cruzado que va a luchar
en Tierra Santa, y con su lustroso uniforme recién comprado se pasea lentamente
por las calles de Vitoria, con sus compañeros, pavoneándose ante las muchachas,
pero todo cambia bruscamente cuando es enviado a combatir a Asturias.
Aquellos primeros días de septiembre suponen su bautismo de fuego.
El primer choque que sufre es al comprobar que la Guerra no es un juego de
salón.Al poco de llegar a su posición sufren un ataque que les causa varias
bajas y la visión romántica de la guerra desaparece. Recuerda el olor de la
carne quemada, de un compañero muerto a su lado, fulminado por un disparo, de la
lluvia que le empapa el capote y del contacto con el barro al que se tiene que
tirar para protegerse del enemigo.
Al día siguiente tiene que avanzar con su columna en la sierra de Cuera y allí cae otro mito. No se estaban enfrentando con «rojos cobardes" que salían corriendo al primer disparo. Lo cierto es que delante de él y su compañeros hay soldados dispuestos a no retroceder y que también están luchando por ideales. Con unos prismáticos puede contemplar cómo una bandera roja ondea en lo alto del monte que deben asaltar, y por primera vez, luego sería mucho más normal, tiene miedo a morir.
Pero lo que más le impresiona es el contacto directo con la muerte. Curiosamente éste no llega de la mano de un camarada, sino de un enemigo. Han saltado la posición y, tras duros combates, han conseguido tomarla. Sufren muchas bajas, pero él está ileso.
Al llegar a los parapetos enemigos su sargento le ordena, junto a otros, revisar
las diversas trincheras para asegurarse que no queda ningún enemigo. Allí
encuentra varios muertos a los que apenas dirige la mirada, pero de repente, uno
de ellos, o mejor dicho, uno de aquellos a los que creía muerto, le llama con un
flojo "por favor". Su dedo se crispa sobre el gatillo pensando que puede ser una
trampa, pero enseguida comprende que quien le llamaba es un moribundo.

Calcula que tiene su edad, y ve que tiene toda la pechera roja. Sin duda su
herida era muy grave y, posiblemente, le quedaba muy poco de vida. Se acerca
queriendo permanecer distante, sin olvidar que aquel es un odiado enemigo,
quizás uno de los que ha matado a sus amigos. Pero el rojo, que está en el
suelo, le indica que se acerque más. Él lo hace y el moribundo le dice sólo una
cosa: "me estoy muriendo, dame la mano". Le recuerda entonces la muerte de su
abuelo, la única hasta entonces que había presenciado, cuando rodeando la cama,
pocos años antes, él y su familia le habían acompañado en los últimos momentos
mientras rezaban todos juntos. Por un momento tiene tentaciones de salir a todo
correr, pero recuerda su deber cristiano y sin soltarle la mano comienza a rezar
en voz muy baja, aunque perfectamente audible para el republicano. El herido no
dice nada y al poco, cuando su mano se suelta, comprende que ha muerto. Quizás
por imaginaciones suyas cree ver en el cadáver una expresión de tranquilidad.
Entonces rompe a llorar como nunca antes lo ha hecho y como nunca lo haría
jamás. Lo hace por la impresión del momento, por aquel encuentro brusco con la
muerte, pero también lo hace por sus amigos muertos, por la lejanía de sus
padres, y por toda la muerte y dolor que ha visto en los últimos meses y en las
pocas horas que lleva en Asturias.

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